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sábado, marzo 24, 2018

Facebook: de la ingenuidad a la estupidez

Facebook: de la ingenuidad a la estupidez

IMAGE: Gilc - 123RF












Muchos me habéis pedido mi opinión sobre el último gran escándalo que ha afectado a Facebook, con caída de los mercados, responsabilidades judiciales y portada de The Economist incluidas, así que aquí va. Y es que la cosa suena a auténtica trama de película de espionaje: un investigador de la Universidad de Cambridge que trabaja en temas relacionados con la manipulación social y psicológica de votantes, con algunos vínculos difusos con la Universidad de San Petersburgo, que es localizado por un millonario ultraconservador que financia a una oscura compañía que, con engaños y métodos como mínimo éticamente reprobables, se convierte en un arma fundamental para nada menos que llevar a la Casa Blanca a un candidato tan poco probable y disfuncional como Donald Trump.

¿Perdón? ¿De qué hablamos? ¿Se trata acaso de algún tipo de ataque sofisticadísimo, de una filtración de datos sin precedentes o de la explotación de alguna vulnerabilidad desconocida que permitió a esa compañía robar los datos personales y trazar complejos perfiles psicológicos de cincuenta millones de norteamericanos, con entre tres mil y cinco mil datos sobre cada uno de ellos? (sí, existen tantos datos sobre ti… y puedes comprobarlo bajándote e inspeccionando lo que Facebook ha recolectado en el tiempo que llevas usándolo) Pues no, me temo que no. Hablamos de algo completamente normal, que lleva pudiéndose hacer en Facebook sin demasiados problemas ni limitaciones desde prácticamente los inicios de su actividad publicitaria. Utilizar un aparentemente trivial quiz, de esos pasatiempos que millones de ignorantes contestan todos los días en la red social para supuestamente saber algo más de sí mismos y compartirlos con sus amigos, para conseguir acceso a tantos perfiles como amigos tienen esos incautos. En realidad, lleva haciéndose desde la época de las aplicaciones de juegos, desde los FarmVille, los MafiaWars o los PetSociety, si no antes. Algo que Facebook, por mucho que ahora pretenda redefinirlo como "platform abuse", ha permitido de manera perfectamente consciente, como parte de una estrategia destinada a convertirse en el mejor francotirador del mundo, en el más acertado, en el que más sabe de sus usuarios. El problema no está en que Cambridge Analytica, Robert Mercer o Alexander Nix sean perversos genios del mal, sino en que la mismísima API de Facebook permite a terceras partes no solo acceder a tus datos con el simple permiso que otorgas para hacer un estúpido quiz, sino que, además, permite el acceso a los perfiles de todos tus amigos. Con simplemente 270,000 personas que rellenaron el quiz, muchos de ellos trabajadores pagados del Mechanical Turk de Amazon que ofrecieron acceso a sus perfiles personales incumpliendo las condiciones del servicio, la compañía obtuvo acceso, suponiendo una media muy conservadora de 185 amigos por usuario, a los perfiles de casi cincuenta millones de usuarios. Genial.

No, el problema no está en crear una plataforma gratuita para que los usuarios compartan información y detalles sobre su vida con sus amigos y conocidos. Esa función, si no la hubiese desarrollado Facebook, habría que inventarla: creo sinceramente que el mundo es mejor cuando puedo ver las fotos y vídeos que mis amigos ha subido de sus vacaciones en un par de clics, cuando mi madre es capaz de saber en qué ciudad del mundo estoy ese día y hasta qué o dónde he comido sin moverse de su casa en La Coruña, o cuando puedo no perder el contacto con aquel ex-compañero de Jesuitas al que apreciaba y del que, de otra manera, me costaría saber por dónde anda. El problema tampoco está en financiar esa actividad con la publicidad, particularmente si esa publicidad no resulta especialmente molesta, no canta, no se mueve y no recurre a tácticas estúpidas e insostenibles para llamar mi atención. El problema surge cuando la compañía que hace esto permite, sin aparente supervisión, que una serie de terceros cada vez más sofisticados perviertan el uso de su plataforma, obtengan datos de millones de personas, y la conviertan en una herramienta de manipulación para cualquier fin.

El problema surge cuando eres consciente de esos usos, pero aún así, no excluyes a quienes lo llevan a cabohasta el día en que un fenomenal trabajo periodístico de The Guardian, The New York Times y Channel 4 consigue sacarlo a la luz. Facebook sabía perfectamente lo que Cambridge Analytica estaba haciendo desde hace más de tres años (posiblemente con la excepción del uso de datos académicos para fines lucrativos), pero se dedicó conscientemente a restarle importancia y a no hacer nada con el fin de no perjudicar su negocio publicitario, o incluso a amenazar a las publicaciones con llevarlas ante los tribunales. Tanto los procedimientos que supuestamente obligaban a Aleksandr Kogan o a Cambridge Analytica a destruir los datos obtenidos de manera abusiva y la interrupción de su acceso a la plataforma fallaron completamente, y no solo fallaron: se convirtieron en una patética prueba de la ingenuidad de toda una compañía y de sus responsables. 

No, investigar con datos generados por la actividad de los usuarios en Facebook no es malo. Nos permite aprender sobre nuestra sociedad y desarrollar todo tipo de herramientas interesantes, que nos lleven a conclusiones de todo tipo y nos permitan desde prevenir el suicidio hasta definir mejor el acoso o el abuso, o entender las formas en las que la información es difundida a través de la red. La solución al problema de Facebook no es ahora interrumpir todo acceso masivo a sus datos, sino más bien lo contrario: dar más acceso a los investigadores, pero con mejores controles y transparencia total sobre su actividad. El acceso a los datos de Facebook no es ni puede ser bajo ningún concepto una barra libre para el que paga, y aquí, claramente, lo han sido. Facebook no ha vendido los datos de nadie, pero ha dado acceso a un tercero con evidentes malas intenciones a una serie de perfiles con una información detalladísima sobre sus vidas, sus preferencias, sus actitudes…

El problema de verdad surge cuando la ingenuidad se convierte en estupidez, cuando no eres capaz de entender que esos accesos a datos de tu plataforma no son para un uso académico, sino con un propósito completamente diferente. Que de alguna manera, el hecho de que cualquier amigo nuestro haga un inocente quiz en Facebook conlleve que terminemos siendo objeto de publicidad electoral y de noticias falsas para intentar cambiar el sentido de nuestro voto, basadas en datos completamente privados sobre aquello que nos gusta o nuestras reacciones a todo tipo de cosas, es un salto conceptual impresentable, inconcebible y, sobre todo, gravísimo. Es una irresponsabilidad y una falta de transparencia de tal magnitud con el usuario, que merece sanciones sustantivas y que posiblemente justifique el que deba ser objeto de regulación. Si por el hecho de tener un amigo al que le gusta hacer quizzes estúpidos puedo terminar así porque Facebook no solo lo permite, sino que no hace nada para evitarlo, te digo yo lo tranquilo que me voy a sentir compartiendo cualquier cosa, incluso la más trivial, en Facebook. Cuando unilateralmente se rompe la confianza, mantener esa confianza desde el otro lado puede llegar a resultar temerario o incluso estúpido, y eso afecta tanto a Facebook con compañías como Cambridge Analytica y las que puedan venir detrás, como a Facebook con sus usuarios. La ingenuidad tiene límites para todos. 

Lo que Facebook ha cometido es una culpa in vigilandoal no haber vigilado de forma adecuada, otra persona o compañía ha producido un daño, daño cuya responsabilidad civil debe asumir aquel que faltó claramente a su deber de vigilancia. Si algo permite entender la cándida entrevista de Mark Zuckerberg con CNN y la entrada que ha escrito en su página es que su conclusión es tristemente correcta: hubo una ruptura de la confianza entre Aleksander Kogan con Facebook cuando proporcionó los datos a Cambridge Analytica, pero hubo otra ruptura, posiblemente mucho más grave, de la confianza entre Facebook y sus usuarios. La primera, como ya he dicho, puede haber estado en algún punto entre la ingenuidad y la estupidez. Pero la segunda, si no se hacen enormes y visibles esfuerzos para corregirla desde lo más básico, podría llegar a significar el fin de la compañía. Y no habrá sido por falta de avisos. 

 

 

 

This post is also available in English in my Medium page, "Facebook: from naivety to stupidity



Saludos
Rodrigo González Fernández
Diplomado en "Responsabilidad Social Empresarial" de la ONU
Diplomado en "Gestión del Conocimiento" de la ONU
Diplomado en Gerencia en Administracion Publica ONU
Diplomado en Coaching Ejecutivo ONU( 
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