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martes, abril 21, 2009

¿a donde esta la macanudez?

Felipe Morandé-  emol
Martes 21 de Abril de 2009
El mito de la buena gestión económica del Gobierno


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La evaluación de la gestión económica del actual Gobierno ha subido como la espuma desde septiembre pasado, si miramos los datos que entrega mensualmente la encuesta Adimark. Hace ocho meses, al momento de comenzar el cataclismo financiero generado por la caída de Lehman Bros. y los desaguisados posteriores en EE.UU. y Europa, la aprobación ciudadana a la gestión económica apenas alcanzaba 30,8%, subiendo consistentemente desde entonces hasta alcanzar 56% en marzo de este año, es decir, 25 puntos porcentuales adicionales. Parece ser, como lo observa el propio análisis de Adimark, que la manera en que el Gobierno ha encarado los efectos de la crisis económica internacional es hasta ahora bien evaluada, lo que explica también por qué la aprobación al ministro Velasco salta desde 34,7% en septiembre a 57,1% en marzo.

Es casi paradójico que, mientras tanto, la economía chilena cayó en recesión -el PIB se contrajo 8,3% anualizado en el cuarto trimestre de 2008 respecto del tercero y ha seguido cayendo en el primero de este año- y la tasa de desempleo (sin estacionalidad) ha subido persistentemente desde 7,4% en septiembre a 9% el mes pasado. El mensaje del Gobierno tiene tres ejes: (a) las penurias que pasa la economía chilena hoy no son su culpa sino corresponden a los efectos de la crisis planetaria; (b) nunca antes Chile había estado mejor preparado para enfrentar una crisis de esta naturaleza e intensidad porque tenemos una buena cuenta de ahorros públicos y políticas fiscal y monetaria flexiblemente anticíclicas, y (c) las acciones del Gobierno se orientan a confrontar el problema del aumento del desempleo como primera prioridad, mientras llama al sector privado a no despedir a sus trabajadores.

Como modelo comunicacional ha funcionado muy bien, sobre todo porque ha podido poner de su lado, políticamente hablando, el temor creciente (y dominante entre todos los problemas) que la gente siente por la cesantía. Mucho más atrás quedaron, en las preocupaciones de la gente, el Transantiago, el aumento en la inseguridad, la mala percepción de la salud pública, el avance de la corrupción y el grave problema de la calidad de la educación, aspectos todos muy prominentes en las encuestas hasta el año pasado y en los que la gestión del gobierno de Bachelet es reconocidamente muy deficiente.

Pero, ¿qué tan buena de verdad ha sido la gestión económica? El programa de gobierno de la Presidenta planteó un salto al desarrollo como meta orientadora, donde el concepto de "desarrollo" es más amplio que el puro crecimiento económico, pero sí lo necesita. Para apuntalar el crecimiento, el diagnóstico era que había que fortalecer la productividad, muy decaída desde la crisis asiática, promoviendo la innovación y el emprendimiento, la capacitación y la calidad de la educación, y el acceso de las pymes a nuevas fuentes de financiamiento, entre otras cosas. En todos estos objetivos los resultados han sido, con suerte, mediocres. En primer término, el crecimiento mismo de la economía terminará siendo el más bajo de las últimas cuatro administraciones (cerca de 2,9% promedio). Aunque esto incorpora los efectos de la actual crisis internacional, también incluye el período entre 2006 y mediados de 2008 en que el mundo creció aceleradamente. Segundo, la productividad no sólo no ha aumentado, sino que ha caído en estos años de Bachelet. Ciertamente en ello influyó la crisis energética generada por la falta de gas argentino, pero dicha crisis revela el fracaso de la política energética de los gobiernos de la Concertación. Tercero, la promoción de la innovación, pese al "royalty" a la minería, ha estado bastante entrampada en burocracia y no hay evidencia que el gasto en I&D de la economía chilena haya aumentado del paupérrimo 0,6% del PIB que traemos hace muchos años. Por su parte, la promoción al emprendimiento ha sido muy escasa y los rankings de competitividad mundial (como el World Economic Forum) siguen ubicando a Chile en lugares rezagados en esta materia, tanto por lo caro y costoso que es iniciar una empresa, como, sobre todo, por lo terriblemente oneroso que es cerrarla (en esta materia el país rankea entre los peores del mundo). Cuarto, todo el país sabe que no se ha avanzado nada en calidad de la educación -que de partida es muy deficiente a nivel internacional- y sólo recientemente se aprobó una nueva ley (LGE) que avanza algunos conceptos en la dirección correcta, más que nada por la presión de los técnicos de la oposición y la buena disposición de la vapuleada ministra del ramo. Tampoco se ha hecho nada llamativo en capacitación. Y finalmente, en cuanto a acceso de las pymes a nuevas fuentes de financiamiento y en general a abaratar el costo del mismo, recién en los últimos tiempos, y como consecuencia de la crisis internacional, el gobierno ha dado pasos más concretos (eliminación del impuesto de timbres, apoyo al factoring no bancario, más recursos para el Fogape, etc.).

La misma política fiscal, tan admirada por la acumulación de fondos soberanos y la regla de superávit estructural, no ha impedido que se malgasten groseramente recursos en políticas públicas fallidas y no resueltas. Los más de US$ 900 millones de déficit acumulado en el Transantiago, una cifra aún mayor en el caso de EFE y otra algo menor en ENAP, implican un malgasto superior a los US$ 3.600 millones en estos cuatro años. Pura pérdida social, porque además la sociedad no se ha beneficiado en nada con este despilfarro. Si la gente hiciera el cálculo que si estos recursos se repartieran entre el 40% más pobre de la población, vería que le tocaría a cada hogar en esta condición más de $1,6 millón. Nada despreciable. Alcanza para un auto usado y así evitar los malos ratos del Transantiago.

Por último, tal como lo ilustró una nota de este diario ayer lunes, la performance de la economía chilena en este año de crisis, en definitiva, no será muy diferente de la de varios otros países de la región y peor tal vez que los referentes habituales de Australia y Nueva Zelandia. ¿Dónde está entonces la "macanudez" (como decía mi padre)?

FRATERNALES SALUDOS,
Rodrigo González Fernández
DIOPLOMADO EN RSE DE LA ONU
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