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jueves, febrero 07, 2008

Gandhi, el político que quería ser santo

Gandhi, el político que quería ser santo

In Diario de un Reportero

ghandi_body_afpy.jpgEl treinta de enero de hace sesenta años fue viernes. Al anochecer hacía fresco en Nueva Delhi porque la lluvia rondaba desde hacía días y estaba nublado y soplaba una ligera brisa húmeda del noroeste.

El periodista Nathuram Godse estaba esperando. Lo vio venir con dos niñas de la mano, de sombrero y sandalias, caminar por el sendero de arena, subir al pabellón donde oraba, lo saludó, y le disparó tres veces. Momentos después Gandhi estaba muerto. Casi dos años más tarde, un martes del que nadie tiene memoria, colgaron a su asesino.

Y a la distancia y con el tiempo que ha pasado, uno se pregunta qué pasó con el legado de Gandhi.

Pongámonos profundos. La respuesta breve es que no mucho. El hombre se convirtió en leyenda, es decir en material de libros, en sujeto de discursos, en figura de monumentos, en nombre de calles y avenidas o bibliotecas y librerías y centros culturales, y hasta de una película que hace veintitantos años ganó premios.

La respuesta larga es que unos olvidaron su vida y otros no se molestaron en aprender de su obra. Pero lo que ocupa estas reflexiones es el afán de recordar y no la presunción de saber…

Virtud y ejemplo especiales

Lo que pasó es que Gandhi fue un hombre santo. Había vivido en el mundo y lo había visto y pensó en él y encontró la verdad y el amor que a veces esconden las religiones. Le preguntaban si era hindú y respondía que sí, que era hindú y judío, musulmán y budista y cristiano.

Un hombre así busca la verdad y se encuentra a sí mismo, y además encuentra su parte entre todo y entre todos. Y aquí tenemos que aceptar que la búsqueda de la verdad y de sí mismo no son actividades naturalmente políticas.

Por eso Gandhi fue un político atípico, extraordinario.

Si algo aportó a la vida pública en el más amplio sentido fue la idea de que la vida personal es importante para la existencia colectiva.

Su interés por la cosa pública venía de su espíritu religioso, que lo hacía atender las asuntos de este mundo. Gandhi veía su capacidad de liderazgo como fruto de un servicio leal y consciente porque "un hombre no puede descartar su liderazgo ni puede cambiar el color de su piel".

Poder y fuerza

Gandhi –quien se consideraba un político que trataba de ser santo- tenía el poder de las ideas contra la fuerza de los actos, como pocos (y tal vez ninguno) de los líderes que conocemos.

Pero en todo caso era un santo y un político de profunda conciencia nacionalista que veía la necesidad de cambio no sólo en la actitud de las personas sino en la forma en que las personas se relacionaban unas con otras.

En esas relaciones, decía, puede haber siete pecados sociales: política sin principios, riqueza sin trabajo, placer sin conciencia, conocimiento sin carácter, comercio sin moral, ciencia sin humanidad, adoración sin respeto.

Quizá la visión gandhiana del mundo no se entiende desde una perspectiva occidental porque la política que nosotros conocemos tiene que ver con el poder de algunas personas y no con el bienestar de todos.

Gandhi buscó nuevas formas de organizar la vida pública. Llegó a proponer la desaparición del Partido del Congreso y del Congreso mismo, y al parecer un día antes de su muerte había terminado un documento en el que proponía que la constitución convirtiera al legislativo en un cuerpo de trabajo voluntario.

Resistencia pacífica

Eran nuevas formas de hacer viejas cosas. India -una nación recién nacida y a la vez antigua- aceptó como propias las ideas y el proyecto que proponía el abogado que se volvió santo que se volvió político.

La idea de la resistencia pacífica –de profundas raíces religiosas- fue adoptada como un medio, pero fue la lectura equivocada porque la resistencia pacífica implica la paz y no la confrontación.

Uno entiende mejor en qué se equivocaron los políticos occidentales que trataron de imitar el ejemplo de Gandhi cuando piensa en quienes hoy invocan irreflexivamente a Dios en cualquiera de sus nombres para causar muerte y destrucción, porque cualquiera sabe que un religioso no es un santo.

Sobre todo porque cualquiera sabe que ningún político quiere ser santo. Y porque ningún político de los que conocemos puede ser santo.

Saludos
Rodrigo González Fernández
DIPLOMADO EN RSE DE LA ONU
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